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Cojo el teléfono, llamo a mi madre, que avise a los abuelos, que avisen a toda la finca, que salgan de allí. Cuelgo.
Vuelvo a llamar, esta vez a mi hermano, que avise a la gente de su clase, que los de la clase avisen a todo el edificio, que los del edificio avisen a toda la universidad. Cuelgo.
Llamo por tercera vez, ahora a mi padre, le digo que avise a toda la empresa donde trabaja, si puede, que avisen a todo el polígono, y cuando salga, que avisen a toda la gente del pueblo. Cuelgo.
Llamo a mis tíos, que avisen a la familia, a todo el mundo que puedan. Cuelgo.
Llamo a mis amigos, que avisen a toda la gente de las empresas donde trabajan, que estas avisen a todos sus conocidos. Cuelgo
Llamo, llamo, llamo...

No sé a cuanta gente puedes avisar en dos horas, pero algo más de dos horas fue el tiempo que trascurrió entre que los sismógrafos de los países desarrollados detectaron el terremoto hasta que se produjo el tsunami. La gente seguía bañándose en la playa transcurridas esas dos horas ignorando que le quedaban unos segundos de vida...